La grieta

Escribitón 2020. Quincena #14

“There are darknesses in life and there are lights, and you are one of the lights, the light of all lights”

Bram Stoker

Todo comenzó con una grieta en la pared de su habitación, una simple rendija por donde se colaba la luz, incluso cuando fuera solo había oscuridad.

Apareció después de un breve temblor. Phoebe se despertó por la sacudida y cuando abrió los ojos, allí estaba. Se levantó deprisa, cruzó el pasillo y entró en el dormitorio de sus padres. No estaban.

Bajó las escaleras y fue hasta la cocina. Su madre preparaba café y su padre unas tostadas.

  • ¡Mamá! ¿Lo habéis notado?
  • ¡Qué madrugadora! —Miró el reloj, eran las siete de la mañana, su despertador sonaría en una hora—. ¿Qué teníamos que notar?
  • El terremoto. Toda mi habitación ha temblado.
  • ¿Qué? —preguntó su padre— No ha habido ningún terremoto. Estarías soñando.
  • ¿Cómo voy a soñar que tiembla la casa? Si hasta ha salido una grieta en la pared de la ventana.
  • ¿Estás segura de que no estaba antes?

No contestó. Dio la vuelta y volvió arriba. Su padre la siguió. Afortunadamente, el tostador ya había hecho saltar las tostadas.

Cuando llegó a la puerta, su hija estaba parada frente a la ventana con el móvil en la mano.

  • Mira. Esta foto la hice ayer.

Él se acercó y vio una imagen de su hija, sentada de perfil en el alféizar de la ventana con un libro apoyado en las rodillas. La pared lisa. Levantó la cabeza y, en efecto, una raya oscura, que no estaba en la fotografía, cruzaba un trozo de pared.

  • Qué raro. De verdad que no hemos sentido nada.
  • No os habéis dado cuenta de un temblor que me ha despertado y que ha rajado la pared… —Lo miraba con incredulidad—.
  • Bueno, no te preocupes. No se va a caer el muro ni nada parecido. En cuanto tenga un rato, lo taparé. Voy a desayunar, no puedo llegar tarde hoy.

Su padre salió de la habitación e, inmediatamente, escuchó detrás de ella un sonido extrañó. Se giró y un agujero minúsculo se había abierto en mitad de la grieta.

Puso los ojos en blanco y bajó de nuevo a la cocina en busca del desayuno.

***

Aquella noche, cuando entró a su habitación, vio que el hueco estaba tapado con cinta aislante. Esperaba que ese arreglo fuese provisional y que no fuera la solución que le había ofrecido su padre.

Se metió en la cama y encendió la lámpara de su mesa de noche. Se moría de ganas de seguir leyendo por donde lo había dejado el día anterior. Sin embargo, apenas le dio tiempo de abrir el libro. Delante de ella, unos rayos de luz se colaban entre las tiras de cinta aislante. Era imposible, esa pared daba al jardín trasero, que lindaba con una arboleda, donde, generalmente, estaba oscuro a esas horas.

Se levantó y se acercó lentamente a la ventana. De repente, la luz perdió intensidad. Su reacción fue descorrer la cortina de un golpe, pero la luz ya se perdía entre los árboles.

Volvió a la cama, aunque no leyó ni una palabra. No era capaz de apartar la mirada de la grieta. Finalmente la venció el sueño. Si hubiera estado despierta cinco minutos más, habría visto la luz otra vez.

***

Cualquiera hubiese comentado lo sucedido al día siguiente, ella no lo hizo. Se prometió a sí misma que lo diría si volvía a ocurrir esa noche. Pensó que tal vez solo era algún excursionista perdido que al final encontró el camino y que nada tenía que ver con ella. Ese día se limitó a cumplir con la rutina en modo automático y esperó pacientemente a que llegase el momento de irse a la cama.  

Cuando por fin se acostó, ni siquiera le echó un vistazo al libro, simplemente se dedicó a observar el agujero en la oscuridad. No ocurrió nada. Al menos no hasta que sus ojos empezaron a cerrarse. Esta vez no solo una luz se coló entre los trozos de la cinta, sino que otra atravesó el cristal de su ventana e inundó la habitación.

No podía ser casualidad. Corrió a asomarse, pero llegó tarde de nuevo. Las luces se perdían entre la arboleda.

Se metió en la cama y esperó.

***

Abrió los ojos nada más oír el despertador. Se incorporó y su mirada enfocó la grieta. Nada había cambiado. Nada, excepto la ventana. Estaba abierta de par en par, aunque ella no recordaba haberla abierto. Entonces algo le llamó la atención en el suelo: un papel arrugado.

Se levantó rápidamente para recogerlo. Era una fotografía. Parecía un paisaje; debía haberse tomado de noche porque apenas se veía lo que mostraba. Levantó un poco la imagen y, gracias a la luz del sol, distinguió un grupo de sombras. Personas quizás.

Giró la fotografía y su corazón dio un vuelco.

En letra manuscrita se podía leer: «Te hemos encontrado. La luz de todas las luces, la única que puede liberarnos de la oscuridad».

La habitación empezó a temblar.

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